Seth Walsh tenía 13 años el mes pasado cuando entró en el jardín de la casa que compartía con su familia en Tehachapi, California y se ahorcó. Antes de tomar la trágica decisión de acabar con su vida, había tenido que soportar años de burlas homofóbicas y el abuso de sus compañeros en la escuela y en su barrio. Él es uno de los seis casos de adolescentes que en los Estados Unidos se suicidaron durante el mes de setiembre luego de haber sido víctima de matones (¨bullies¨) homofóbicos.
En las pasadas semanas hemos visto una serie de ataques contra personas percibidas como homosexuales, lesbianas, bisexuales o transexuales. En Belgrado, el 10 de octubre, un grupo de manifestantes lanzaron bombas molotov y granadas de aturdimiento en un desfile pacifico del orgullo gay, lo que dejó a 150 personas heridas.
En Nueva York, el 3 de octubre, tres hombres, identificados por sus victimarios como gay, fueron secuestrados, llevados a un apartamento en el Bronx y sometidos a terribles torturas y abuso físico. En Sudáfrica, una marcha a gran escala en Soweto ha llamado la atención sobre la ola de violaciones hacia lesbianas en pequeños poblados, que a menudo los perpetradores tratan de justificar como un intento de «corregir» la sexualidad de las víctimas.
La homofobia, como el racismo y la xenofobia, existen en diversas magnitudes en todas las sociedades. Todos los días, en todos los países, las personas son perseguidas, denigradas o asaltadas violentamente, e incluso asesinadas a causa de su orientación sexual e identidad de género. Encubierta o abierta, la violencia homofóbica causa un enorme sufrimiento que a menudo está envuelto por un manto de silencio y el sufrimiento en soledad.
Es hora que alcemos la voz. Mientras la responsabilidad por los crímenes de odio radica en los victimarios, todas y todos compartimos el deber de enfrentar la intolerancia y el prejuicio y exigir la justicia en estos casos.
La primera prioridad es presionar por la despenalización de la homosexualidad en todo el mundo. En más de 70 países, las personas todavía se enfrentan a sanciones penales sobre la base de su orientación sexual. La existencia de tales leyes expone a los interesados el riesgo constante de ser arrestados, detenidos, y en algunos casos torturados o ejecutados. También perpetúa el estigma y contribuye a un clima de intolerancia y violencia.
Pero aún siendo muy importante la despenalización, es tan solo el primer paso. Sabemos por la experiencia en los países que ya han eliminado las sanciones penales que se necesitan esfuerzos concertados para luchar contra la discriminación y la homofobia, tanto en iniciativas legislativas como educativas. Una vez más, todos tenemos un papel que desempeñar, especialmente aquellos en posiciones de autoridad e influencia, incluyendo a políticos, líderes comunitarios, maestros y periodistas.
Lamentablemente, con demasiada frecuencia aquellos que deben usar con moderación el uso de su influencia para promover la tolerancia, hacen justo lo contrario: refuerzan los prejuicios populares.
En Uganda, por ejemplo, donde la violencia contra las personas por su orientación sexual es común y donde los activistas defensores de los derechos humanos de las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales se enfrentan al acoso y a la amenaza de arresto, el 2 de octubre un periódico publicó en portada una crónica identificando 100 ugandeses que el diario nombró como gay o lesbianas y cuyas fotografías fueron colocadas junto al titular: ¨colgarlos¨. Es hora de que reconozcamos este tipo de periodismo como lo que es: incitador del odio y violencia.
Los líderes políticos y quienes aspiran a un cargo público tienen una obligación particular de usar sus palabras prudentemente. El candidato para un cargo público que, en lugar de apelar a la tolerancia, hace comentarios denigrantes sobre la base de la sexualidad de las personas quizás lo haga creyendo que es un populismo inofensivo, pero el efecto es legitimar la homofobia.
El pasado mes en Ginebra participé en el panel de discusión sobre discriminación homosexual, bajo los auspicios de un grupo diverso de14 países de Europa, América del Norte, América del Sur y Asia. En teleconferencia, el Arzobispo Emérito Desmond Tutu dio su aporte y habló con pasión sobre las lecciones del apartheid y sobre los desafíos para asegurar la igualdad de derechos para todas y todos. ¨Cuando un grupo humano es tratado como inferior a otro, el odio y la tolerancia triunfan¨, señaló.
No necesitan ocurrir cientos de muertes y palizas más para convencernos de esta realidad.
Es tarea de todas las personas exigir la igualdad para todos los seres humanos, independientemente de su orientación sexual o su identidad de género.
Navanethem Pillay, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos