9 de septiembre de 2021 – El representante para América del Sur de ONU Derechos Humanos, Jan Jarab, publicó esta semana un artículo de opinión para el diario paraguayo El Nacional, sobre la situación de las personas afrodescendientes en la región. Ello con motivo del primer Día Internacional de las personas afrodescendientes, conmemorado el pasado 31 de agosto.
Lee el artículo a continuación:
La música, las palabras, la historia, las tradiciones: la influencia afrodescendiente permea la identidad latinoamericana a tal punto que se vuelve imposible comprenderla sin este acervo cultural proveniente de África y que, en su interacción con otras formas de vida –originarias y foráneas–, adoptó características únicas en nuestro continente.
Pese a su invaluable aportación en todos los países de América del Sur, la cultura afrodescendiente ha sido largamente subestimada en la región, víctima de la invisibilización, la negación y el estigma.
En países como Argentina o Chile, las personas afrodescendientes enfrentan tal falta de reconocimiento que a veces se desconoce la propia existencia de comunidades afro y su rol en la construcción de las identidades nacionales. La situación no es muy distinta en Paraguay, donde se cuentan escasos estudios acerca de la población afrodescendiente, su composición y características. Ello redunda en un desconocimiento discriminatorio hacia este sector de la población, que de acuerdo a estimaciones –a falta de datos fehacientes– era más preponderante en términos demográficos hace 200 años.
En otros países, la cultura e identidad afrodescendientes son mucho más visibles, incluso ensalzadas en grandes celebraciones costumbristas que atraen a visitantes de todo el globo. Pero aun en países como Brasil, Ecuador, Perú o hasta Uruguay, donde la historia de la esclavitud transatlántica es notoria y la población afrodescendiente numerosa (o mayoritaria en algunas zonas), la discriminación racial y el racismo siguen arraigados, reproducidos por las retóricas de odio y profundizando las tensiones sociales.
En consecuencia, las personas afrodescendientes suelen enfrentar discriminación en el acceso y la administración de justicia, tasas alarmantes de violencia y el perfilamiento racial de parte de las fuerzas de seguridad que –teniendo al estigma por única base– los identifica como potenciales delincuentes solo por su color de piel. Operaciones como la ocurrida recientemente en el barrio carioca de Jacarezinho, Brasil, dan cuenta de mecanismos desproporcionados, selectivos y discrecionales en la función policial y un uso excesivo de la fuerza contra las personas y comunidades afrodescendientes, lo que alimenta el ciclo de violencia y muertes en sectores ya marginalizados, afectando seriamente su salud mental y calidad de vida.
Además, la pandemia por COVID-19 desnudó otras dimensiones de la discriminación racial: a nivel de los derechos económicos, sociales y culturales, las personas afrodescendientes suelen vivir mayores niveles de pobreza que otros grupos, lo que se traduce en déficits en el acceso a una vivienda adecuada, a la educación, a la salud, así como en materia de protección social, empleo e ingresos, lo que afecta especialmente a las mujeres afrodescendientes.
América del Sur debe redoblar sus esfuerzos para transformar esta realidad marcada por la discriminación y el racismo. Con ese norte, y en buena medida gracias al empuje inagotable de la sociedad civil, algunos países han generado avances prometedores a nivel de reconocimiento: entre otros, la creación del Día Nacional de las personas afrodescendientes y la cultura afro en Argentina, el reciente reconocimiento por ley del pueblo tribal afrodescendiente chileno, o el proyecto de ley que reconoce a la población afroparaguaya como minoría étnica, cuya sanción y promulgación se esperan para un futuro próximo.
Otro ámbito donde los Estados deben seguir avanzando es el levantamiento de datos desagregados, por medio de censos nacionales y encuestas de situación socioeconómica. Incluir desde las instituciones nacionales de estadísticas variables sobre diversidad cultural es un punto de partida para conocer con precisión la cantidad de personas que se autoidentifican como afrodescendientes, dar cuenta de sus condiciones de vida y, a futuro, propiciar políticas para fortalecer su identidad colectiva. Los datos estadísticos son una herramienta poderosa para enfrentar la marginalización de la población afrodescendiente, en particular de las mujeres, niñas, niños y jóvenes afro, condición sine qua non para reconstruir mejor tras la pandemia.
También es fundamental, según el caso en cada país, establecer o fortalecer instituciones nacionales capaces de formular, implementar y dar seguimiento a políticas públicas contra el racismo, la xenofobia y otras formas de intolerancia, a fin de promover la igualdad racial con la participación activa de la sociedad civil.
En la arena internacional, el Decenio para los Afrodescendientes (proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas) se observa desde 2015 hasta 2024. Se trata de una oportunidad inmejorable para el mundo –América del Sur incluida– en que la ONU, los Estados Miembros, la sociedad civil y todos los actores interesados se articularán en torno a tres ejes: reconocimiento, justicia y desarrollo. El Decenio invita a reconocer la importancia de la cultura afro y a remover todos los obstáculos que enfrentan estas comunidades en el goce de sus derechos. También insta a los Estados a promover un mayor conocimiento y respeto de la cultura, historia y patrimonio de los pueblos afrodescendientes.
En ese espíritu, y a poco de celebrar 20 años de la Conferencia de Durban sobre el racismo, el pasado 31 de agosto la comunidad internacional conmemoró por primera vez el Día de las Personas Afrodescendientes, que busca reconocerlas contribuciones de la diáspora africana y combatir la discriminación contra las personas y grupos afro. Este reconocimiento promueve la sensibilización de las autoridades y demás actores sobre la necesidad de fomentar el desarrollo de la población afrodescendiente para que, de acuerdo con la visión de la Agenda 2030, nadie se quede atrás.
El enfrentamiento del racismo y la discriminación racial contra las personas afrodescendientes no es solo un imperativo de derechos humanos en el mundo o una deuda histórica para América del Sur. Es también la forma más efectiva de abordar las tensiones raciales y socioeconómicas que están al centro de la profunda desigualdad que caracteriza a este continente. Porque cuando los distintos grupos de la población se reconocen y respetan los unos a los otros, se refuerzan la cohesión social, la justicia, el desarrollo y, en síntesis, el disfrute de todos los derechos humanos para todas las personas.
* Jan Jarab es el representante para América del Sur de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En Twitter: @ONU_derechos.
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