Declaración de NAVI PILLAY, ALTA COMISIONADA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LOS DERECHOS HUMANOS
El 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, celebramos a las y los valientes defensores de derechos humanos. Algunas de estas personas son famosas y muchas otras desconocidas, pero son quienes denuncian la discriminación, la exclusión y la desigualdad.
Son estas y estos defensores quienes le dan un soplo de vida a la Declaración Universal de Derechos Humanos, la cual en un día como hoy hace 62 años le recordó a la comunidad internacional la existencia de la “dignidad inherente”, la “igualdad de derechos” y los “derechos inalienables de todos los miembros de la familia humana.” La Declaración establece los cimientos para un mundo sin miedo, miseria e intolerancia, en el que las personas que ostentan el poder sean llamadas a cuenta y los sectores vulnerables sean protegidos.
El respeto a los derechos humanos de todas las personas se puede lograr si nos solidarizamos con las y los defensores de los derechos humanos, y hacemos nuestra la lucha contra la discriminación. Esta es una tarea ineludible pues la discriminación es un flagelo difícil de erradicar. Por ejemplo, la discriminación que subyace en las normas jurídicas y en las prácticas sociales intenta erróneamente convertir a las mujeres, quienes representan la mitad de la población mundial, en “ciudadanas de segunda clase” y a ser objeto de actos de violencia.
Durante mucho tiempo, los pueblos indígenas han sido considerados como invitados indeseables en sus propias tierras ancestrales. Todavía no hemos vencido al racismo, ya que las minorías y otras personas en situación de vulnerabilidad en todo el mundo continúan viviendo con miedo a sufrir ataques por motivos raciales.
Todas y todos debemos unirnos a la causa de las personas con discapacidad que son observadas con una curiosidad mórbida cuando pasan por nuestro camino pero que, muy a menudo, se vuelven convenientemente invisibles cuando reclaman sus derechos.
Debemos denunciar el maltrato de trabajadores y trabajadoras migrantes irregulares, quienes, en muchos casos, son incorrectamente considerados “parias” en países que al mismo tiempo demandan su trabajo. Asimismo, hay personas en todo el mundo que soportan desprecio, violaciones a derechos humanos y violencia debido a su orientación sexual. Frecuentemente, las personas adultas mayores son consideradas como “desechables” y como “cargas” para sus familias y comunidades, en vez de que sean consideradas como fuente de experiencia y sabiduría.
Las y los defensores de los derechos humanos insisten en que tales condiciones deben solucionarse mediante una adecuada combinación de disposiciones que, tanto en la ley como en la práctica, empoderen a las víctimas, estimulen su participación y promuevan la educación pública.
Muchos países con grandes historias de discriminación y exclusión hacia determinados grupos han modificado o se están organizando para cambiar sus leyes con el fin de reflejar los principios universales de igualdad y los valores consagrados en el derecho internacional. Mi propio país, Sudáfrica, ya lo hizo.
Este progreso y la conciencia de que no podemos permitir que se continúen perpetuando los ciclos de discriminación e injusticia se lo debemos a las y los defensores de derechos humanos.
Gracias a su implacable compromiso, valentía e inteligencia sabemos que es posible crear las condiciones de igualdad para que todas las personas tengan una vida digna. No obstante, muchas veces, las y los defensores de derechos humanos han tenido que pagar un precio muy alto de riesgo personal y han cambiado para siempre la manera de verse a sí mismos y a las demás personas.
Sin duda, los derechos humanos y su promoción continúan resistiendo la prueba de la historia y ganando más simpatizantes cada día, mientras que las dictaduras siguen cayendo y sus ideologías desapareciendo. Sin embargo, debemos permanecer atentos a los ataques en contra de las y los defensores de los derechos humanos.
En algunos países han surgido nuevas tendencias perturbadoras que sutilmente van en detrimento de las actividades de las y los defensores. Me refiero en particular a las legislaciones intrusivas y a las regulaciones que restringen el espacio, la independencia financiera y el área de acción de las y los defensores y de sus organizaciones. Muchas de estas legislaciones son incompatibles con los estándares y normas internacionales de derechos humanos.
En otros lugares, las leyes antiguas y abiertamente represivas han hecho de la defensa de los derechos humanos una actividad de alto riesgo. Un sin número de personas que defienden derechos humanos continúan siendo víctimas de acoso, siendo torturadas o ejecutadas u obligadas a trabajar desde el exilio. Muchas de ellas han sido encarceladas injustamente. He solicitado, y seguiré haciéndolo, que liberen a todas las personas consideradas presas de conciencia. También seguiré exigiendo el respeto de los derechos humanos y el trabajo de las y los defensores en todo el mundo.
El mes pasado, la lideresa democrática de Myanmar, Aung San Suu Kyi, fue liberada después de siete años de arresto domiciliario y declaró: “Si mi pueblo no es libre, ¿cómo puedo decir que yo soy libre? O todos somos libres juntos o no somos libres ninguno.” Estas palabras son emblemáticas del discurso del movimiento de los derechos humanos y de sus defensores en todo el mundo, quienes saben que la liberación se puede lograr a través de la resiliencia y la promoción.
Debemos valorar la labor de las y los defensores de los derechos humanos y protegerles. Nuestro mensaje debe ser fuerte y claro: nadie es un ser humano de “segunda clase” y nadie debe ser objeto de amenazas por decirlo.