A pesar de que fue la primera violación de los derechos humanos de que se ocupó la comunidad internacional, la esclavitud dista de ser cosa del pasado. Sigue siendo necesario hacer esfuerzos importantes para eliminarla. Ahora bien, la esclavitud es multifacética y sus numerosas facetas cambian con el tiempo y reflejan el contexto socioeconómico y religioso en que se dan. La trata de personas, el trabajo infantil, la servidumbre por deudas, la explotación de la prostitución ajena y el trabajo forzoso de millones de seres humanos en todo el mundo siguen siendo una terrible realidad.
Todas esas prácticas, que reducen a los seres humanos a la categoría de objetos de propiedad ajena, privan a las víctimas de su dignidad y sus derechos humanos, derechos que son comunes a todos los seres humanos, cuales quiera que sean su sexo, nacionalidad, condición social u ocupación. Ningún ser humano debe ser propiedad de otro. Los daños físicos y psicológicos resultantes son permanentes.
Eliminar los diferentes aspectos de la esclavitud implica necesariamente atacar las causas fundamentales de su persistencia. No se puede tener éxito sin combatir la pobreza, la exclusión social, el analfabetismo, la ignorancia y todas las formas de discriminación. Curar las heridas infligidas a las víctimas y a la sociedad exige con carácter urgente toda nuestra atención y determinación. Ante todo se debe hacer justicia y reconocer la dignidad inherente a la víctima como ser humano dotado de derechos inalienables.
El Fondo Fiduciario de Contribuciones Voluntarias de las Naciones Unidas para luchar contra las formas contemporáneas de la esclavitud se estableció para alcanzar estos fines, prestar asistencia a todas las víctimas de la esclavitud y ante todo combatir la esclavitud en todas sus formas contemporáneas. Hoy su labor sigue siendo esencial en la lucha contra la esclavitud y en el intento por lograr el reconocimiento universal de que todos somos miembros iguales de la misma familia humana.
