(30 de agosto de 2023) – Buscarita Roa pasó décadas buscando incansablemente a su hijo y su nieta desaparecidos.
El 28 de noviembre de 1978, un grupo del Ejército y la Policía irrumpió en la casa familiar en las afueras de Buenos Aires y se llevó a los dos, junto con la madre de la niña. Fue en plena dictadura del país sudamericano, cuando miles y miles de supuestos militantes y simpatizantes de izquierda fueron desaparecidos sin dejar rastro.
“Fueron los dos desaparecidos y desaparecieron con su hijita que tenía ocho meses”, relató Roa, quien visitó comisarías, campamentos militares, juzgados, prisiones e iglesias, tratando de encontrar a alguien que la ayudara. “Fue una terrible búsqueda. Seguí la lucha buscando y buscando y pasaron muchos años”.
Después de conocer a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, dos grupos de derechos humanos dedicados a encontrar familiares desaparecidos durante el régimen militar de 1976-1983, Roa finalmente supo la verdad.
Su hijo y su nuera habían sido torturados y asesinados mientras estaban detenidos, en tanto que Claudia, la nieta, fue adoptada ilegalmente por un coronel sin hijos y su esposa, al igual que unos 500 bebés que fueron entregados a familias o amigos de militares, bajo nuevas identidades.
La nieta que encontró Roa era una mujer de unos 20 años, que entonces vivía en un barrio adinerado de Buenos Aires bajo el nombre de Mercedes, completamente ajena a su pasado.
“El momento de encontrar a mi nieta fue maravilloso, pero yo no me podía acercar”, dijo Roa, de 85 años, y describió cómo construir un vínculo fue un proceso lento y a veces doloroso.
“Tuve que tener paciencia. No podía invadir la vida de mi nieta así como así. Necesitaba descubrir la terrible verdad y empezar a confiar en nosotros”.
Bebés robados
Más de 40 años después del regreso de la democracia en Argentina, el país todavía lucha por procesar su traumático pasado. Unas 30.000 personas fueron torturadas y asesinadas durante los siete años del régimen.
Pero la brutalidad de la junta militar no terminó ahí. Algunas de las mujeres secuestradas estaban embarazadas, y se les mantuvo con vida sólo el tiempo suficiente para que parieran. Luego, los bebés fueron entregados a padres “políticamente aceptables” como parte de lo que grupos de derechos humanos llaman un plan sistemático para robar y vender los bebés de sus víctimas.
La desaparición forzada se ha utilizado con frecuencia como estrategia para sembrar el terror dentro de las sociedades y no se limita a una región específica del mundo. La desaparición de un niño es una clara contravención de una serie de disposiciones de la Convención sobre los Derechos del Niño, incluido el derecho a una identidad personal. La pérdida de uno de los padres por desaparición es también una grave violación de los derechos humanos del niño.
Cada 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas.
Perseverancia y ciencia
En Argentina, las madres y abuelas de las víctimas han desempeñado un papel fundamental en el descubrimiento del paradero de las personas desaparecidas, organizando marchas silenciosas en Plaza de Mayo, frente a la sede del Gobierno, ataviadas con pañuelos blancos y sosteniendo fotografías de sus seres queridos.
La genética forense y los avances en el análisis de ADN han demostrado ser una herramienta clave para los derechos humanos. En asociación con el Equipo Argentino de Antropología Forense, una organización sin fines de lucro, las Abuelas de Plaza de Mayo movilizaron una campaña para almacenar sangre de familiares en el Banco Nacional de Datos Genéticos, con el objetivo de poder relacionar a una persona con sus abuelos biológicos y que tiene una tasa de precisión de 99,99 por ciento.
Hasta el momento, las Abuelas, como se les llama cariñosamente, han logrado encontrar a 133 de los más de 500 bebés desaparecidos, entre ellos Claudia.
“Dimos muestras de sangre para ayudar a los jóvenes a encontrar la verdad si así lo querían”, dijo Roa, quien es originaria de Chile y ahora es vicepresidenta de las Abuelas.
Manuel Gonçalves Granada fue otro bebé robado. Durante 20 años vivió bajo la identidad de Claudio Novoa. A pesar del silencio que rodeó a los crímenes de la dictadura, Gonçalves Granada siempre abrigó dudas sobre su verdadera identidad, pues sabía que era un niño adoptado.
Finalmente, se acercó a las Abuelas para conocer la identidad de sus padres biológicos.
“Las Abuelas fueron tan perseverantes en su lucha que lograron romper el silencio”, dijo Gonçalves Granada, de 47 años, quien fue dado en adopción después de que sus padres fueran secuestrados y asesinados en 1976.
“Si no fuera por la pelea de las Abuelas, no sabría que soy Manuel. Seguiría siendo Claudio y no estaría haciendo el trabajo que hago en busca de verdad y reparación”, dijo Gonçalves Granada, quien ahora trabaja en la asociación para ayudar a otros a encontrar su verdadero yo.
Reconstruir sociedades
Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay también atravesaron décadas de dictaduras militares en la segunda mitad del siglo pasado, cuando se implementó un sistema regional de terror e intercambio de inteligencia para reprimir disidentes.
“Las dictaduras en esta región utilizaron la tortura y las desapariciones como métodos preferidos para infligir dolor, no sólo a sus oponentes, sino también a sus familiares y conocidos”, dijo Jan Jarab, Representante Regional de ONU Derechos Humanos para América del Sur, durante un reciente evento en Chile sobre justicia transicional. El evento fue organizado a propósito de los 50 años de los golpes de Estado en Chile y Uruguay, y los 40 años de la recuperación de la democracia en Argentina.
Volker Türk, el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, dijo en la ocasión que los derechos a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición son esenciales para construir una sociedad democrática e inclusiva.
“Los recuerdos del pasado, incluso los más dolorosos, pueden ser la base sobre la que reconstruir las sociedades”, afirmó Türk en un mensaje de vídeo. “Al compartir y validar experiencias, establecer la verdad, fomentar la solidaridad y reconstruir el tejido social, podemos seguir allanando el camino hacia la curación y el cierre. Nunca más. Mi Oficina está contigo para apoyarte.»
Buscarita Roa y Claudia lograron recomponer su vínculo como abuela y nieta, aunque el proceso no fue fácil. Tras hacerse una prueba de ADN, Claudia supo que sus verdaderos padres eran José, un activista social chileno, y Gertrudis.
Poco a poco Claudia se fue acercando a Roa. Después de varias invitaciones de su abuela, Claudia finalmente accedió a ir a su casa a tomar un mate. Sus reuniones y conversaciones se hicieron más largas, hasta hacerse cercanas. Roa hoy es una cariñosa bisabuela de la hija de Claudia.
“Más de 300 nietos siguen desaparecidos”, dijo Roa. “Hay que seguir adelante, a pesar de que algunas abuelas están ya muy gastadas, enfermitas y viejitas. Pero el trabajo de las Abuelas no termina hasta que encontremos al último nieto o nieta”.
FIN
Fuente: OHCHR
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